A la mañana siguiente Sergei y Viktor se dedicaron a los preparativos del Año Nuevo. Lo primero fue bajar la televisión del altillo, instalarla en el cuarto de estar caldeado y enchufarla y ajustarla. Dio la casualidad de que estaban poniendo dibujos y Sonia se sentó en la butaca a verlos.
Subieron de la bodega un tarro de tres litros de pepinillos, tomate y pimientos en vinagreta, otras dos botellas de licor de cereza y dos kilos de patatas.
--Y ahora lo que hay que hacer --dijo Sergei frotándose las manos de satisfacción-- es ocuparse de la carne de la leña para la hoguera de esta noche.
El tiempo transcurría despacio, como si el año no tuviera ninguna prisa por acabarse.
Cortaron y dejaron la carne en adobo, partieron leña y la apilaron junto al árbol, más algunas otras menudencias y según el reloj todavía no era más que mediodía.
[...]
--¿Qué tal un trago de algo? --sugirió Sergei.
Se sentaron a la mesa de la cocina y brindaron con licor de cerezas.
--¡Que el tiempo vuele! --propuso Sergei al entrechocar los vasos con Viktor.
El brindis surtió efecto y el tiempo transcurrió algo más deprisa. Después de comer, todos, menos Misha, se echaron la siesta y ni siquiera Sonia puso pegas a que Sergei apagara la tele y decretase una hora de silencia.
Cuando despertaron ya había anochecido, el reloj marcaba las cinco y media.
--¡Qué bien ha estado este sueñecito! --dijo Sergei según salía fuera.
Se frotó la cara con nieve para espabilarse y se puso colorada como una langosta cocida.
[...]
El fuego prendió en seguida. Sergei pinchó los trozos de carne en los espetones. Viktor estaba a su lado.
--Los pinchos, ¿son para este año o para el que viene? --bromeó.
--Para empezarlos este año y terminarlos el que viene. ¡Hay dos kilos de carne!
Cuando hubieron terminado los preparativos, volvieron a sentarse de la tele para ver por enésima vez la clásica comedia popular El brazo de diamante. Sonia se quedó roque antes del final y decidieron no despertarla hasta la medianoche. Sacaron la mesa y la chapa eléctrica al porche y, mientras se caldeaba el ambiente, extendieron un mantel viejo y pusieron la mesa. Dos botellas de champán y una Pepsi de dos libros en el centro, pescado en conserva, queso en lonchas y salchichón en rodajas; todo junto formaba una auténtica mesa de fiesta.
--Y ahora nos vamos a ocupar de Misha --dijo Sergei según colocaba al lado una mesita baja.
Puso encima una fuente.
--Pobre Misha --suspiró--. No sabe lo que es comer caliente ni beber licores. Podemos ponerle un vaso, a ver qué pasa.
Viktor se negó en redondo.
[...]
--¿Por qué él no tiene nada? --dio la niña señalando a Misha.
Viktor metió la mano en la bolsa de la compra y sacó un envoltorio de vivos colores.
--En realidad es su regalo de Año Nuevo --dijo abriéndolo--, pero se supone que en la Antártida ya es Año Nuevo.
Sacó otro paquete, que tuvo que cortar con un cuchillo para poder volcar el contenido en la fuente que habían puesto en la mesita aneja. Se quedaron todos mirando el regalo de Misha. No era para menos: un pulpo pequeño, una estrella de mar, gambas, una langosta y otros ejemplares de la fauna marina en proceso de descongelación. El pingüino se acercó a la mesita para ver su regalo y se quedó igualmente sorprendido.
[A.Kurkov, Muerte con pingüino, Blackie Books] |