martes, 7 de enero de 2020

Gastrolectura: El Glotón o cómo tomarse lo gastronómico con filosofía (y humor)

Hace unas semanas, durante una de mis visitas a Madrid, entre en la librería La Central y me topé con un librito entre las recomendaciones. El título llamó mi atención: El Glotón, publicado por la editorial Dioptrías. El autor es Joaquín José Sánchez, licenciado en Filosofía y Máster en Historia del Arte Contemporáneo, escribe en publicaciones tan prestigiosas como ArtForum, Jot Down o Babelia, entre otras. Además, ha sido comisario de multitud de exposiciones en diferentes galerías y museos.

El librito es cuestión es una delicia. Los 40 (micro) capítulos --que podríamos calificar de reflexiones en voz alta, soliloquios o recetas que no son recetas-- se reparten en tres bloques: Primer plato, Segundo Plato y Postres y postrimerías. En ellos, con gran sentido del humor y gran erudición, Sánchez va de la alabanza del pan con mantequilla a los secretos sobre como freír patatas, de la receta del gazpacho a las escapadas nocturnas al frigorífico, de las virtudes del bocadillo al criterio geométrico-alimenticio que define a las albóndigas.


Sentido del humor y erudición, decíamos más arriba, que no están reñidos con una prosa cuidada y original, como en este fragmento en el que se aconseja, para combatir el desánimo, prepararse un bocadillo con la salsa de cualquier guiso (preferiblemente de la madre):
Compre una barra de pan, tan robusta como le sea posible. Esta preparación requiere de dos fases. Primer: rebusque en el congelador algún guiso de su madre. Si no lo tiene, procúrese una receta lo más precisa posible y sígala puntualmente. Cuando esté listo, comience la segunda fase.
Segunda: para su correcta preparación siga las indicaciones onomatopéyicas. Abra una botella de vino ("chopck") y sírvase una copa generosa ("cluc, cluc, cluc, cluc"). Saje el pan en dos mitades ("cras" o "ras", depende del cuchillo) y tuéstelo (este sonido es demasiado sutil). Luego, embadurne la miga con el jugo del guiso, repártalo con ecuanimidad por todo el bocadillo y abrácese a él como un náufrago a un madero.
En las cuarenta píldoras que conforman el librito nos encontramos con el pensamiento griego, con las costumbres de los romanos, con los mitos clásicos, ¡hasta con Calderón, Dante y Nietzsche! Pero, sobre todo, las referencias bíblicas son constantes y en las que, como base de nuestra cultura, el autor encuentra sustento y elemento para la comparación o la metáfora: la sal de la tierra, la cena pascual, los sacrificios, el maná...

[Las ilustraciones son de Marina Vidal]

El librito está plagado de filosofía sobre lo cotidiano del comer ("El desayuno se come entre el resguardo de la cama y lo incierto de la vida". "El bote de tomate es un centinela en la nevera: no hay contingencia de la que no nos proteja: del filete desguarnecido, de la fritura solitaria, del repentino antojo de albóndigas"); de ataques crudos, directos y políticamente incorrectos ("Finalmente, hay quien está inhabilitado para la felicidad: los que comen con agua, los que prescinden de la cebolla, del ajo o de la pimienta, los que salan miserablemente los guisos, los que recuecen el pescado, los que no beben alcohol, los que rehusan el café y los que comen con prisa"); de correcciones históricas ("Los navegantes del XVII buscaban pueblos sin dioses, para corroborar un argumento teológico. Obviaron un descubrimiento aún más extraordinario: ¡no hay pueblos sin bocadillos porque no hay pueblos sin pan!"); e incluso de maldiciones ("Bajo el lodo reposarán los que viven del microondas, porque pudiendo disfrutar sucumbieron a la pereza").

El librito tiene una hora de lectura, de una deliciosa lectura que te hará sonreír y evocar... hasta puede que te haga reflexionar y darte cuenta de que tú también eres un glotón.

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