lunes, 25 de noviembre de 2019

Gastroletras de Álvaro Enrigue

La novela Muerte súbita, del autor mexicano Álvaro Enrigue --31º Premio Herralde (2013)--, narra un hipotético partido de tenis entre Quevedo y Caravaggio en 1599. Por otro lado, nos asistimos al encuentro entre Hernán Cortés con Cauhtémoc con la Malinche como intérprete. También vemos a Galileo y al Papa Pío IV. Y de este modo se van entretejiendo unos acontecimientos que llevan a la novela histórica a una dimensión a la que no estamos habituados. En México, Cortés y el líder indígena, ven un partido de pelota y el entretenimiento es tan parecido al que hoy vemos en los campos de fútbol que asusta:
Le tendió el cono de hoja de palma. Qué son, le preguntó Cortés mediante la lengua de Malintzin. Para entonces ella ya había aprendido suficiente español para hacer el trabajo sola. Pepitas de calabaza asadas con miel, dijo Cuauhtémoc en chontal, que era la lengua de la traductora. El conquistador esperó la versión en castellano, tomó un puño y se las fue comiendo de una en una sin dejar de atender al juego de pelota. Estaban sentados en primera fila, con las piernas colgando del muro en cuyo foso los atletas se partían el lomo evitando que la bola cayera al suelo sin tocarla con las manos o los pies.
Por su parte, en Italia, el autor nos presenta los primeros pasos de Michelangelo Merisi da Caravaggio del siguiente modo:
Caravaggio fue un pintor de santitos en el periodo en que vivió en la loggia de los Colonna. Camila Peretti lo puso a trabajar para el cura hijo de puta Pandolfo Pucci, que a su vez lo obligaba a pintar a cambio de una manutención que no lo era tanto: bajo su administración, la servidumbre de la casa no comía más que hojas verdes.
Dice el médico Mancini: "Ensalada de entrada, de guisado, de postre y hasta de mondadientes". En las por entonces ya temibles borracheras con que Caravaggio mitigaba las durezas del proyecto de vida que significaba ser un artista joven en la ciudad a la que ya se habían mudado todos los artistas jóvenes de Europa solía llamar a su patrón "Monsigniore Insalata". Que Mancini supiera esto habla de que en su propia juventud tampoco debió ser flor de buen comportamiento.
[Álvaro Enrigue, Muerte súbita, Anagrama]

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