viernes, 11 de diciembre de 2015

Con los cinco sentidos en el desayuno del bar

"El café, en el bar", han repetido mis tías toda su vida hasta el punto de convencerme. Ahora soy un orgulloso miembro del reducido grupo de elegidos que entre las ocho y las ocho y media de la mañana de todos los días se miran las caras somnolientas, comentan noticias, compran el cupón de los ciegos, se gastan bromas... soy un parroquiano de La Purísima.

Málaga. Barrio pesquero de Pedregalejo, ocho de la mañana de cualquier día laborable. Atiendo mi ineludible cita con el sombra doble con un poquito de leche fría de Farid y el pitufo de queso y tomate de Karim, hermanos gemelos y residentes en Málaga.

Oído y tacto
El café en el bar tiene sonidos exclusivos. El que más me entusiasma: el tintineo de las cucharillas en el vaso creando un minitornado cuyo propósito es que el azúcar se diluya en el líquido caliente. Pero también el de vasos, tazas y platos chocando al ser puestos a secar en una pila sobre la máquina de café. De fondo, otros ruidos imperceptibles pero reconocibles y necesarios: los murmullos, las noticias de la tele, la música de la máquina tragaperras, el arrastrar de sillas, los golpecitos del salero contra la mesa, el grano de café moliéndose...

El café en el bar tiene su tacto. El papel rugoso de la prensa diaria, el vaso de café caliente que se agarra con las dos manos en las mañanas verdaderamente frías, las aristas del pan tostado que pincha sin hacer daño, la lisa y permanentemente limpia barra metálica, la servilleta tiesa del Gracias por su visita, la botella de aceite de oliva que se resbala entre los dedos mientras cumple su función...



Gusto, vista y olfato
El café en el bar tiene su sabor propio, distinto a cualquier café. El sabor del café de bar no se puede comparar con el de la cafetera eléctrica, con el de la Nespresso, con el de la Melitta... y ni mucho menos con el de Starbucks. El café del bar sabe a café de bar.



El café en el bar tiene su imagen, y mucho más en Málaga, donde por el color identificamos la cantidad de café y de leche con aproximada e infalible exactitud. La espuma, el vaso pequeño o el vaso largo... pero, sobre todo, el espectro cromático de los pitufos: el amarillo de la mantequilla, el ocre del aceite de oliva, el anaranjado de la zurrapa, en naranja del chorizo, los tonos de rojo del tomate, el jamón, el salchichón, los rosáceos del pavo o la mortadela, los marrones del lomo... y tantos otros. Chistorra, huevo frito, beicon, caballa en aceite, sobrasada, jamón cocido... el arco iris del sabor matutino.



El café en el bar tiene sus aromas. Y de entre todos los aromas, uno. El aroma. El del café recién molido. Y cuando esta pregunta: "Farid, ¿hoy hay lomo?" tiene respuesta afirmativa, un aroma de 10 se incorpora al bar. Lo imprevisible de lo que quiere cada cliente (cada parroquiano, perdón) hace que los aromas sean sorprendentes. "¿Quién ha pedido un pitufo de huevo, filetito adobado y mojo picón?" "Uff... ¡cómo huele! Y vaya pinta... mañana lo pido yo". Pero nada más decirlo, sé no es verdad. Al día siguiente, al llegar a La Purísima, pediré el sombra doble con un poquito de leche fría de Farid y el pitufo de queso y tomate de Karim,

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