Con esta entrada terminamos la serie sobre manías y costumbres relacionadas con el hecho gastronómico. En entradas anteriores hemos hablado de abrir el micro antes de que suene, de no comer mandarinas porque no nos gusta el olor que se queda en los dedos, de aplastar los mantecados y de pellizcar la barra de pan cuando la compramos recién hecha. ¿Creéis que ya no hay más manías? Echadle un ojo a las siguientes.
Tengo una amiga a la que le pasa esto. ¡Ay, Patricia, Patricia! Y no es la única, me consta. Es normal tener un restaurante preferido y alguna debilidad en su carta. Es ley de vida. Pero no podemos limitarnos a ella. Me divierto mucho cuando hacemos planes para quedar y ella siempre propone el mismo sitio. ¿Tú eres de esos o te gusta descubrir nuevos lugares?
Esta manía me la apunto. Esté en casa, en un hotel, en un apartamento alquilado o donde sea... un vaso o una botella de agua no puede faltarme junto a la cama. Pocas veces bebo pero si se me olvida, me despierta la sed. ¡Maldito subconsciente!
Pues antes creía que era algo que me pasaba solo a mí... comenzaba comiendo de una en una las palomitas calentitas en mi bol y poco a poco me las comía de dos en dos o de tres en tres hasta acabar necesitando un gato para abrirla boca... pero resulta que no, lo he visto en alguna peli o en alguna serie y, no os voy a engañar, me he quitado un peso de encima ;)
El gran David de Jorge ha popularizado el término guarrindongada y, al hacerlo, le ha dado un toque de humor a ese hábito que todos tenemos y que sufrimos en silencio como las hemorroides.
Tengo una amiga --se dice el pecado pero no el pecador-- a la que le apasiona el yogur de fresa con salchichón de Málaga. No seré yo quien lo demonice aunque, probablemente, tampoco seré quien lo pruebe.
Quien dice hamburguesa, dice sándwich o lo que sea, como ya contamos hace tiempo
recordando lo que hacíamos mi amigo Ricky y yo en la cafetería de la facultad de Filosofía y Letras. Esta es una tendencia que reconozco que tengo: cualquier tipo de bocata me lo suelo comer primero por los bordes para dejar el contundente centro para el final. Que levanten la mano quienes hagan lo mismo.
Casi a punto de terminar esta serie, escuché en La vida moderna que cuando Broncano, Quequé e Ignatius iban a comer, este último tenía por costumbre "saltarse la norma" de pedir un primero, un segundo y un postre y solía pedir dos segundos. Me pareció un brillante broche para esta serie, ya que es algo muy recurrente: dos primeros o dos segundos, que nos convencen más que la oferta del local... y preferimos un menú más equilibrado del tipo fabada más callos :D