martes, 1 de mayo de 2018

Rincón de Emilio, buen producto y buena mano

"Hay que ser absolutamente moderno", decía Arthur Rimbaud allá por mediados del siglo XIX, muchos años antes de que las vanguardias irrumpieran para cambiar todas las manifestaciones artísticas. Gastronómicamente, parece que vivimos unos momentos en los que todo proyecto debe seguir esa máxima: estamos inmersos en unos años en los que el auge de todo lo relacionado con la cocina no siempre es bien asimilado y surgen conceptos que tienen que ser obligatoriamente modernos y vanguardistas dando como resultado cartas que empiezan a parecerse demasiado unas a otras en restaurantes y bares --bautizados como espacio gastronómico, gastrobar, restobar o cualquier combinación-- sin identidad llenos de ceviches, baos, pokes, neems y gyozas, con elementos asiáticos por doquier --aunque no sean necesarios en los platos, hay que ser absolutamente moderno-- y propuestas de cocina fusión.


No estamos en contra ni de la cocina fusión ni de la llegada de influencias extranjeras --¡Dios nos libre!-- que sean asimiladas y que sumen a las elaboraciones de los chefs en cuanto a ingredientes, tratamientos de los mismos, elaboraciones, técnicas, etc. pero, como alguna vez escuché decir a Sergio Garrido, hay tantas versiones vanguardistas del ajoblanco y del gazpachuelo que debemos preguntarnos si queda algún sitio en el que disfrutar del tradicional, del de toda la vida. Parece que solo quedan las casas de nuestras madres y abuelas.

Por todo ello --y disculpad esta introducción tan extensa--, es necesario buscar una casa de comidas, un mesón o un restaurante en el que disfrutar de nuestra cocina. Y hace unos días tuvimos ocasión de conocer uno de estos lugares, el Mesón Restaurante Rincón de Emilio, descrito por mi amigo Román como "producto de primera calidad y la mejor cocina del pueblo".

La carta consta de dos secciones de entrantes --entradas frías y entradas calientes--, carnes, pescados y mariscos y postres. En las entradas frías encontramos ensaladas, clásicos como el melón con jamón ibérico y aguacate con gambas, patés, anchoas y jamón ibérico y una selección de quesos de primera calidad entre los que destaca el Payoyo curado, indiscutible rey de reyes entre los quesos andaluces y uno de los más brillantes a nivel nacional e internacional.

[Queso Payoyo curado]
[Carta de entrantes]

De las entradas calientes destacan las croquetas caseras --de rabo de toro, de bacalao, de queso, de gambas...-- y otros clásicos como los revueltos --ojo, con boletus--, los huevos rotos --atención, con foie-- o los pimientos del piquillo rellenos --de marisco, ni más ni menos--.

A recomendación de mi amigo Román, cicerone de esta cena, pedimos las gambas al pil pil que, por el calibre, más se acercaban a langostinos, bien de ajito y en su justo punto de picante... las sopas de pan surcaron el sabroso aceite hasta que no quedaron más que los cadáveres (exquisitos) de las guindillas.

[Gambas al pil pil]

Al ser una cena, preferimos seguir compartiendo raciones el lugar de optar a plato único por persona. Lamentablemente no pudimos pedir toda la carta --y eso que las concha finas nos llamaban a voces, las almejas salteadas no hacían más que guiñarnos un ojo de modo sugerente y la paletilla de cordero lechal nos miraba juguetona-- pero no nos arrepentimos un ápice de lo que pedimos: unos excepcionales fideos tostados con langostinos y rape, mayonesa de piquillo y hebras de pimiento. 

[Fideos tostados]

Rematamos con unas hamburguesitas de rabo de toro con albahaca, muy ricas también.

[Hamburguesita de rabo de toro]

Decidimos no tomar postre pero las opciones son amplias y en la línea de toda la carta: arroz con leche, pudin, tarta y natillas caseras, junto a helados, fresas con nata o frutas de temporada.

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