Once meses y doce días después de conseguir la reserva llegó el día de disfrutar de una cena de cuatro horas y media en El Celler de Can Roca, considerado el mejor restaurante del mundo en la "lista asesina", como la denominó Ferrán Adrià, de San Pellegrino, con tres estrellas Michelin, de los hermanos Joan (chef con tres soles Repsol), Jordi (el mejor repostero del mundo en 2014) y Josep Roca (jefe de sala y uno de los mejores sumillers del mundo). Como carta de presentación no está mal. La cosa promete, ¿verdad?
[Restaurante El Celler de Can Roca. Can Sunyer, 48] |
La espera
El día uno de cada mes a las doce en punto de la noche se abren las reservas para once meses más tarde. Así pues, desde las 23:43 horas de la noche del 30 de noviembre al 1 de diciembre de 2014, estaba delante de mi ordenador, en la web del restaurante, listo para la acción. Aún así, no pude conseguir reserva para viernes ni para sábado, pero conseguí reserva para el jueves 12. Once meses y doce días más tarde, llegó el día. Volamos a Barcelona. Desde allí a Girona, en tren. Check in en el hotel y paseo por el centro de Girona: la catedral, el barrio judío, las casas de colores sobre el río Oñar y, por supuesto, un panet en Rocambolesc, la heladería de Jordi Roca. Regreso al hotel para prepararnos y taxi dirección al número 48 de Can Sunyer.
[Los/Las roca] |
Los previos
Doce minutos después estábamos entrando en los jardines de El Celler de Can Roca. Sí, estábamos allí. La sala, acristalada, rodea el jardín y en todo momento tienes la sensación de estar en contacto con la naturaleza. La mesa está vestida con un mantel blanco y decorada con tres rocas. El sentido es evidente, ¿no? La carta de vinos es verdaderamente alucinante: te acercan una especia de atril de madera con tres baldas donde hay tres cartas: blancos, cavas y champañas, tintos y rosados y licores y aguardientes. Entre las dos alternativas optamos por el Menú Festival, es decir, el menú largo.
[Carta(s) de vinos] |
Comerse el mundo
Los aperitivos fueron un auténtico espectáculo de sabores y presentaciones sorprendentes. El primer contacto con la cocina de Joan Roca fueron cinco mini aperitivos, que llegaban dentro de un globo de papel (como uno de los farolillos que cuelgan en las ferias) diseñados con el fin de Comerse el mundo: nos aconsejaron empezar por un pan frito con panco y panceta con salsa de soja, kimchi y aceite de sésamo de Corea, al ser el de sabor más fuerte, y que acabáramos con un bocado de almendra, rosa, miel azafrán, ras de hanout y yogur de cabra de Marruecos, el más dulce. Libertad para los otros tres: un burrito de mole poblano y guacamole de México; una tartaleta de hoja de parra con puré de lentejas, berenjena y especias con shots de yogur de cabra y pepino de Turquía; verduras encurtidas con crema de ciruelas de China.
A continuación, un crujiente de maíz con corteza de cochinillo ibérico.
[Comerse el mundo] |
[Crujiente de maíz con corteza de cochinillo ibérico] |
Memoria de un bar a las afueras de Girona
El segundo gran momento fue el recuerdo de los hermanos Roca a sus padres y al bar que estos tenían y donde ellos empezaron a coquetear con la cocina. "Tras el viaje alrededor del mundo, hagamos un viaje en el tiempo hasta llegar a un bar de las afueras de Girona... allí, Josep ya estaba en el bar, Joan en la cocina y Jordi, que aún era pequeño y no sabía qué hacer, estaba en las nubes". Más o menos estas fueron las palabras con las que nos presentaron ese bar que montaron en la mesa a modo de libro para niños que aparecen al abrir las páginas. En dicho escenario aparecieron "los platos que servían en el restaurante familiar pero elaboradas con las técnicas actuales": tortilla de patatas y cebolla, espina de anchoa en tempura de arroz de Pals, calamares a la romana (en la mini barra), bombón de pichón a modo de bocata (en la mesita del centro) y Campari (en la mesita de la izquierda). Fabuloso.
[Memoria de un bar a las afueras de Girona] |
Olivo, coral y tierra
Seguimos con los aperitivos sin bajar el nivel de sabor ni la capacidad de sorprender (que no es fácil, como estaréis comprobando). Helado de oliva verde, que colgaban de las ramas de un espectacular olivo. Nos advierten de la delicadeza con la que hay que "varear nuestro olivo" para degustar sus frutos.
[Helado de oliva verde] |
[El coral] |
[Ceviche de dorada y ostra yin-yang] |
Y terminamos con sabor a tierra: bombón de trufa y brioche de setas.
[Bombón de trufa] |
[Brioche de setas] |
Para no hacer este post demasiado largo (y para dejaros saborear los aperitivos) hacemos una pausa en la cena y seguiremos muy pronto con los once (sí, ¡once!) principales y los tres postres. No os vayáis muy lejos.
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