En la segunda entrega de
Gastroletras, inaugurada por un fragmento de
El perfeccionista en la cocina de Julian Barnes, traigo una de mis novelas favoritas, de uno de mis autores predilectos:
El nombre de la rosa, de
Umberto Eco.
La cocina era un atrio inmenso lleno de humo, donde ya muchos sirvientes se ajetreaban en la preparación de los platos para la cena. En una gran mesa dos de ellos estaban haciendo un pastel de verdura, con cebada, avena y centeno, y un picadillo de nabos, berros, rabanitos y zanahorias. Al lado, otro cocinero acababa de cocer unos pescados en una mezcla de vino con agua, y los estaba cubriendo con una salsa de salvia, perejil, tomillo, ajo, pimienta y sal. En la pared que correspondía al torreón occidental se abría un enorme horno de pan, del que rugían rojizos resplandores. Al lado del torreón meridional, una inmensa chimenea en la que hervían unos calderos y giraban varios asadores. Por la puerta que daba a la era situada detrás de la iglesia entraban en aquel momento los porquerizos trayendo la carne de los cerdos que habían matado.
.... En 1986, seis años después de la publicación del libro, se estrenó la película homónima, dirigida por Jean-Jacques Annaud y protagonizada por Sean Connery.
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