Irreverente, divertida, sorprendente, feminista, provocadora y visceral. Así es
Caitlin Moran y así es su literatura.
Cómo ser famosa es su última novela y, entre el
britpop omnipresente, rescatamos este fragmento que nos ha parecido genial, hilarante y que muestra claramente el estilo de la autora. Todo gira alrededor de un solomillo navideño y de la pasión que un padre --verdaderamente peculiar-- siente por él. Disfrutadlo.
--Me temo que esto no va a pasar --dice Krissi, compungido, y le da otra calada al cigarrillo--. Mamá le ha hecho la cama en la caseta, es decir, ha tirado un saco de dormir encima del cortacésped y no ha comprado el solomillo.
--¿Que noha comprado el solomillo?
--No, no ha comprado el solomillo.
Esto sí que es una noticia bomba, un suceso insólito. Por razones que nunca nos han aclarado, para mi padre la Navidad consiste, esencialmente, en un gran homenaje al filete. Mi adre compra una pieza de solomillo y mi padre se pasa días marinándola con cariño, hirviéndola, cubriéndola de miel y especias y, por último, asándola. Es lo único que cocina en todo el año, la veneración del filete. Lo mima como se mima a un bebé. De hecho, como siempre señala mi madre con un odio alegre y festivo, "le ha dedicado más tiempo a esa carne del que jamás os ha dedicado a ninguno de vosotros".
Eso nos lleva a Krissi y a mí a confesarnos mutuamente que, cuando dijo eso, nos la imaginamos pariendo a cinco filetitos, todos con sus gorritos y sus peúcos de ganchillo, y que esa es una de las numerosas razones por las que nunca comemos del solomillo de mi padre: sería como comernos a un hermano.
La principal razón por la que no comemos de ahí es que nuestro padre no nos deja.
--Está demasiado rico, no es para cuervos --nos dice mientras lo envuelve delicadamente con papel de aluminio y lo mete en la nevera antes de gritar--: ¡Que a nadie se le ocurra tocar mi puto filete!
A lo largo de las fiestas, mi padre vive casi únicamente para el solomillo (que va acompañado de un surtido de chutneys) y, si entras en la cocina en cualquier momento del día, te lo encuentras encorvado sobre él, cortando una loncha, como un dragón encorvado sobre sus cerditos. Dado que el otro pilar de la dieta de mi padre es la fritada de beicon, salchichas y morcilla, podríamos afirmar que, en el mundo de los cerdos, viene a ser como Hitler: el responsable de un holocausto porcino a lo largo de décadas de monodieta a base de cerdo. Ah, y de chicharrones. También le encantan los chicharrones. Para él, "Los tres cerditos" no era un cuento infantil, sino un menú. Dios mío, cómo le llega a gustar el cerdo. El año que se me olvidó darle de comer a la perra y entró en la cocina y robó la carne que estaba en la encimera fue un año aciago.
"¡MI SOLOMILLO! ¡SE HA ZAMPADO MI PUTO SOLOMILLO!!, gritó mi padre, tan colérico que se le saltaban las lágrimas y se puso a pegarle a la perra con una escoba. Como era el segundo día de Navidad y las tiendas estaban cerradas, tuvo que coger el coche e ir a casa de mi tío Steve a pedirle un poco de filete de Navidad. Todos los Morrigan tienen un filete de Navidad. Es una tradición familiar.
Como podréis imaginar, la Navidad no despierta mucho entusiasmo. Mis padres siguen sin hablarse, el ambiente es muy tenso y mi padre constituye un riesgo considerable, porque no tienen nada que hacer.
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