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miércoles, 19 de agosto de 2015

Gastrorrecuerdos de mi infancia

Tengo muchos recuerdos sobre mi infancia: me acuerdo de la primera película que vi en el cine; de jugar al tren en la guardería con mi amigo Paco (el más alto de la clase) como locomotora; de la primera canasta que anoté jugando al baloncesto en el colegio (estábamos todos en fila y tirábamos a dos metros y yo fui el primero en acertar); de cómo me molestaba cuando mi tío me tiraba de los mofletes... pero ahora que me he metido a esto de los gastroasuntos, me parece que tengo más recuerdos relacionados con la comida que con cualquier otro tema. En esta entrada me gustaría compartirlos con vosotros, quizá coincidamos en alguno.

Cumpleaños con marisco
La vida social de un niño del siglo XXI es más intensa que la de cualquier adulto. Reciben permanentemente invitaciones a los cumpleaños de sus compañeros, primos, vecinos... Las fiestas de cumpleaños de los niños de hoy en día están llenas de ganchitos, patatas fritas de paquete, aceitunas y mini galletas Oreo en pequeños bols de colores chillones... y se celebran en locales con parque de bolas y animadores. Cuando yo era pequeño, en mis fiestas de cumpleaños había mejillones en escabeche, berberechos al natural y gambas cocidas. Algunos platos con queso manchego, otros con embutidos. Y sí, un par de bols de patatas fritas, pistachos y aceitunas... pero siempre sobraban.

Las conservas en Continente
Otro gastrorrecuerdo que guardo con gran cariño eran las compras en Continente (actualmente Carrefour), cuando la empresa francesa de grandes superficies aterrizó en Málaga. Mis padres vieron el cielo abierto: mamá no tendría que subir los cuatro pisos de escaleras cada día con el carro de la compra hasta los topes, ahora bastaba con una compra única al mes en este enorme hipermercado. Y allá íbamos, a intentarlo al menos. Mamá con la lista de la compra y yo con papá, que me llevaba a la zona de las conservas. Y allí se mantenía una conversación del tipo:
— ¿Tú has probado las navajas?, pregunta papá.
— No, respondía yo, inocente.
— Pues vamos a llevar una lata para que las pruebes, contestaba sonriendo.
Unos minutos más tarde se repetía, grosso modo, la misma conversación con las almejas chilenas en salsa americana o con la caballa en tomate.

[Créditos de la imagen: Eduardo Siquier Cortés | Flickr Creative Commons]

Dos duros para chuches
Exacto. Ni más ni menos. Dos duros, diez pesetas. Con eso éramos los reyes. "Mamá, dame dos duros para comprar chuches, porfa". Algo así era la frase con la que tentábamos a la suerte a diario, antes de ir a la parada del autobús camino del colegio. A veces funcionaba, otras no. Pero cuando lo hacía, era el rey. Se invertía en arroz inflado o en un polo, en caramelos de cubalibre, dráculas o sugus (cinco caramelos por un duro). Siempre era una buena inversión.

Bocas de mar y salchichas cóctel
Allá por los años ochenta llegaron a la marisquería que había enfrente de casa de mis abuelos paternos unas barritas blancas y rojas que llamaban bocas de mar (hoy, surimi) y que se vendían por unidades. Y me quedé enganchado a ellas... hasta tal punto que todos los sábados por la tarde, cuando visitaba con mis padres a mis abuelos y se reunía la familia, bajábamos a la marisquería de Manolo a comprar la cena (no como hoy, que se llama a una pizzería o se compran hamburguesas... igualito): patas de cangrejo, camarones, gambas, conchas finas... y unas bocas de mar para el niño. Hasta los siete u ocho años me tuvieron entretenido (verbigracia, engañado) con estas delicias del mar y las salchichas cóctel con ketchup. Hasta que descubrí que el esfuerzo en pelar una gamba conllevaba una recompensa de tal calibre que los últimos botes de salchichitas quedaron intactos en la despensa de casa de los abuelos.

[Créditos de la imagen: UrbanrulesBCN02 | Flickr Creative Commons]

Parada técnica
Si había un momento verdaderamente emocionante en mi infancia era cuando pasábamos con el coche por delante de la Heladería Jijona, ya llegando a casa, después de haber salido a cualquier sitio. Cuando enfilábamos calle Mármoles, se cogía un pellizco en el estómago por la incertidumbre de si papá dirá esas tres palabras mágicas: ¿Queréis un helado? Había días, la mayoría, en realidad, que pasábamos de largo y llegaba a casa entre triste y enfadado. Pero... ay de esos otros días... los días en los que papá pronunciaba esas tres palabras: ¿Queréis un helado? Esas tres palabras ante las que solo se podía responder con otras tres: "Voy contigo, papá".

Mamá, ¿qué hay de comer?
Estoy seguro de que mi madre podrá contrastar la certeza de esto que os cuento: todos los días, antes de decir ¡hola!, ¡buenas tardes! o ¿qué tal?, pregunta qué había de comer. Ahora lo entiendo como una necesidad vital. Necesitaba prepararme para el festín o concienciarme para el disgusto si había algo que no me gustaba. Pero, sobre todo, creo que necesitaba saber.

Las primeras veces, en formato telegrama
Me acuerdo perfectamente de la primer vez que probé un bocadillo de tortilla francesa en Bilbao a los cinco años. Me acuerdo perfectamente del sabor de un besugo al horno de una Nochevieja cuando yo tenía seis años. Me acuerdo perfectamente de la primera vez que probé el queso Camembert en casa de mi tía Maribel. Me acuerdo perfectamente de la primera vez que probé los boquerones en vinagre gracias a la insistencia de mi padre. ¿Me pasa algo, doctor?

10 comentarios:

  1. Qué post tan bonito, darling.
    Mi primer recuerdo gastronómico es muy, muy malaguita. Tendría unos 4 años cuando probé por primera vez las conchas finas en el Pimpi Florida. Con bien de sal y pimienta, y con ese sabor a mar que, como a buena nieta de pescador, me resultaba tan familiar; una auténtica delicia.
    Como era tan pequeña, mi madre me las tenía que cortar a trocitos y yo me la iba comiendo con los dedos. Un pobre guiri que estaba sentado a nuestro lado en la barra y que no hablaba español, se iba pidiendo lo mismo que nosotros y me imitaba comer, y Jesús, viéndolo se reía con esas carcajadas tan suyas que llenaban el local.
    Todavía me acuerdo del gran Jesús y de sus coplas cada vez que como conchas finas.
    Y ahora te dejo, que hay unos ninjas cortando cebollas a mi lado y me pican los ojos. ;-D

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  2. Con tu blog que me encanta y es muy útil has activado mis recuerdos infantiles.

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  3. Muchas gracias por dejaros caer por el blog :) Es una gran alegría compartir los gastrorrecuerdos propios y activar los vuestros.

    Arancha, que tu primer gastrorrecuerdo sea el de las conchas finas del Pimpi Florida dice mucho de ti y te coloca en el Olimpo foodie ;)

    ¿Sabes algo, Maribel? Un gastrorrecuerdo de mi infancia que no está en el post es el de la primera vez que probé el queso Camembert, que fue en tu casa. Pasaste ofreciendo pequeñas cuñas, como si fueran quesitos El Caserío, diciendo: "¿Camembert, Camembert?" Y yo, que estaría más pendiente de un partido de baloncesto, entendí: "Carne de membrillo"... así que cogí una cuña (sin mirar), la abrí (sin mirar) y me la metí en la boca (sin mirar)... el sabor me sorpendió, primero me desagradó porque esperaba el dulce del membrillo... 5 segundos después comenzó mi adicción.

    Besos a las dos.

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  4. Felicidades Ramón, lo que acabo de leer me ha gustado mucho, gran blog!! De hacer de locomotora me acuerdo pero de mi primer recuerdo gastronómico no... Quizás las zanahorias que me llevaba mi madre cuando me recogía de la guardería, precisamente. "Es bueno para la vista" decía mi progenitora... jajaja, menos mal, por eso solo tengo 2 miopía actualmente! En cuanto a mi primera canasta, no idea tampoco y es raro porque la debí meter hace poco, jajaja... Un abrazo, la locomotora ;-)

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  5. Felicidades Ramón, lo que acabo de leer me ha gustado mucho, gran blog!! De hacer de locomotora me acuerdo pero de mi primer recuerdo gastronómico no... Quizás las zanahorias que me llevaba mi madre cuando me recogía de la guardería, precisamente. "Es bueno para la vista" decía mi progenitora... jajaja, menos mal, por eso solo tengo 2 miopía actualmente! En cuanto a mi primera canasta, no idea tampoco y es raro porque la debí meter hace poco, jajaja... Un abrazo, la locomotora ;-)

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  6. Hombre, Paco, muchas gracias por tu visita y por dejar tu comentario. La zanahoria es buena para la vista. Bébete el zumo rápido que se le van las vitaminas. ¿Qué hay de comer? ¡Comida! Los clásicos de nuestras madres... de todas las madres. Un abrazo del vagón :)

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  7. Me ha encantado esta entrada. Ya apuntabas maneras, ¿eh?

    No te imaginas la de recuerdos que me han venido a la cabeza, me daría para dejarte un comentario más largo que la entrada jaja. Curiosamente casi todos están relacionados con mis abuelos, por algo mi abuelo es el gran cocinero de la familia: su famosa paella de los sábados, su marmitaco, sus almendras fritas (de joven tuvo durante muchos años un puesto ambulante de almendras y chuches). Pero recuerdo especialmente cuando me llevaban al centro a comer albondigones, que entonces me parecían enormes y fascinantes.

    A parte de esto, me he acordado también de los phoskitos y los bollicaos (¡vivan las grasas saturadas!) que me compraba mi madre de camino al cole en preescolar en el ya desaparecido ultramarinos de Salvador (qué pena que se estén perdiendo estos negocios) y, ya en Primaria, de los dulces que me traía a la hora del recreo o el puestecillo de bocadillos y chuches que ponían junto a la que llamábamos "la puerta chica" del Ramón Simonet y donde se nos iba casi todo el recreo para comprar cualquier chuchería. O los helados en las tardes de verano en el quiosco que ponían frente a mi casa, donde sueles dejarme con el coche.

    Pero lo que más recuerdo de mi infancia eran unas patatas fritas rellenas de ketchup que a mi hermana y a mí nos encantaban y la mortadela de Mickey Mouse jaja.

    Y voy a parar ya que al final escribo de verdad un comentario más largo que la entrada. Muchas gracias por haber despertado tantos buenos recuerdos de mi infancia con esta entrada :)

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  8. Por no alargarme en el comentario... he escrito un post

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  9. Gracias por tu comentario, Iñaki, y por tomar el testigo de la propuesta, ampliando de algún modo mi post en tu blog. Un abrazo.

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  10. Hola. Pues yo lo que más recuerdo son las meriendas de mi cumpleaños. Invitábamos a mi casa a mis amigos del cole y a mis primos y vecinos. Era la única vez en todo el año que mi madre compraba nocilla y refrescos con burbujas, porque en su casa "esas porquerías que hacen polvo el estómago no se comen". Mi madre preparaba dos bandejas de bocadillos con pan de molde cortado en triángulos: una, la que primero se acababa, de nocilla; la otra, de embutidos varios. Es verdad que comía bocadillos de nocilla más veces a lo largo del año, principalmente en los cumpleaños de mis amigos o primos, pero en mi fiesta me sabían a gloria. Era como estar comiendo un manjar exquisito. Este es un ejemplo, de tantísimos que podría explicar, de cómo mi madre me enseñó a valorar todo lo que tengo, hasta lo más simple y cotidiano, como puede ser un sandwich de crema de cacao. Y podéis reíros, pero a día de hoy, todavía siento esa excepcionalidad cuando me como un bocata de nocilla. Igual también influye que no suelo comerlos por el tema de las calorías ;-)

    Saludosss

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