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domingo, 3 de enero de 2021

Gastroletras de Elisa Ferrer

Temporada de avispas es el título ganador de la decimoquinta edición del Premio Tusquets Editores de Novela (2019). En esta obra, su autora, la valenciana Elisa Ferrer, narra la historia de Nuria y de su familia, llena de secretos, a partir de una sorprendente llamada telefónica. Una lectura muy recomendable que, además, tiene fragmentos gastronómicos llenos de detalles que evocan nuestra infancia. Permitidme que comparta algunos de ellos.

Roscón de Reyes
El primer fragmento que rescatamos es de la víspera del Día de Reyes, su tradición y cierta manía más que extendida. "Ese señor" es la nueva pareja de la protagonista, por cierto.

Cuando llegasteis a casa, mamá y ese señor sacaron una cena muy rica, y luego os comisteis el roscón y Raúl y tú le quitasteis toda esa fruta asquerosa que tenía por encima. Era de los de nata por dentro, aunque a ti te gustaba más el que tenía chocolate. Ese señor había comprado el de nata porque era el preferido de mamá. En tu trozo salió el haba, y mamá y el señor se rieron y dijeron que te tocaba pagar el roscón. A ti te dieron ganas de llorar, pero seguías mostrando una gran sonrisa, con las mejillas estiradas. A él le salió una figurita de un Rey Mago y tu madre le puso la corona en la cabeza. Te acordaste de que en las últimas navidades la figurita le tocó al abuelo, que te dio la corona a ti, y te habían hecho tantas fotos con la boca manchada de chocolate y la corona en la cabeza que te habría gustado no irte a dormir nunca.


Un café en Granier 
Os comentaba más arriba que los fragmentos que he rescatado son ricos en detalles. Recupero algunas líneas del capítulo 11, donde la protagonista queda para tomar café en una de las cafeterías de la franquicia Granier. Fijaos en esos detalles, tan reconocibles como aparentemente invisibles, con los que salpica la narración.

Las manos me tiemblan, tengo palpitaciones, pero solo me apetece tomar un café. Un café doble. Un pico de cafeína, en lugar de tila o rooibos, como todas esas ideas de mierda que se me ocurren y sé que no tienen sentido. El olor a mantequilla de los cruasanes prefabricados, a bollería industrial que las pizarras de letra redonda anuncian como casera y reluce tras el mostrador exhalando grasas trans, me revuelve el estómago. Me molesta el ruido de la máquina de café a la que dos chicas con gorrito granate y una etiqueta con su nombre, que cuelga rígida de su pezón derecho, tratan a golpes al rellenar las tazas sobre las que dibujan espigas, corazones, sonrisas. Sonrisas como las que mantienen congeladas en sus caras de desidia.

[...] Hola, levanto la cabeza y veo a Laura. Delante de mí, de pie, el rostro contraído en un gesto severo. Está sola. Está seria. Ni rastro de la chica de las mechas. Se quita el pañuelo del cuello y lo cuelga en el respaldo de la silla. Va a colgar también su bolso, pero se detiene. ¿Has pedido?, y yo niego con la cabeza. Le digo que yo voy, que paga la revista, y ella dice que no con la cabeza, seca. Un café solo, digo. Doble, añado mientras me observa impaciente. Y hago una bola con la servilleta cuando se da la vuelta.

Vuelve esquivando a una chica trajeada que sale del local hablando por el móvil a gritos, las dos tazas haciendo equilibrios sobre una bandeja de plástico negra. La deja sobre la mesa y se sienta frente a mí, en tensión. Además de un té, ha pedido una de esas ensaimadas sudorosas y su olor a mantequilla caliente me revuelve la tripa de nuevo.

[...] Me quemo los labios con el café, pero aun así le doy un trago y me abraso la lengua, la garganta. Sí, soy Nuria, le digo, y mi hilo de voz suena absurdo [...] 

[...] Me acerco a la barra y le pido un café a una de las camareras de gorro granate, a la menuda, cuyo nombre, Kelly, sigue firme en la teta derecha. Cuando se acerca con él a la barra, le pido que lo aliñe con un chorrito de ron. Se me derraman unas cuantas gotas de café sobre la bandeja negra. Al llegar frente a Laura, apilo la bandeja sobre las otras dos en una mesita que empieza a ser pequeña para tanto peso. 


Otro helado
El último fragmento de esta novela que comparto me trae recuerdos de mi infancia, de los días de sol, arena y salitre.

El chiringuito era lo más porque comprabas un helado y a veces te tocaba otro de regalo, estaba escrito en el palo de madera cuando acababas de chupar todo el chocolate. Tus padres nunca querían que te comieras dos helados seguidos y tenías que guardar el palo para otro día, pero cuando estabais en el chiringuito y estaban tan contentos bebiendo vino y hablando con los tíos ni se enteraban, porque tu tío nunca cerraba la boca [...] Por eso, cuando te tocaba un helado de regalo te lo comías seguido, sin darle ni un mordisco al primo Marcos, sin que tus padres se dieran cuenta, distraídos como estaban escuchando al tío.

[E.Ferrer, Temporada de avispas]

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