En esta segunda entrada de la serie sobre manías gastronómicas os presentamos seis hábitos más con los que esperamos que os sintáis identificados o, al menos, se os dibuje una sonrisa pensando en alguien.
Con frecuencia, muchísima frecuencia, no esperamos a que suene la campana que indica de que el tiempo que hemos marcado para calentar la leche o la comida sino que cuando la inspiración divina nos dice que ya está, bien abrimos la puerta bien giramos la rueda hasta que forzamos el aviso acústico. ¿Tú también lo haces?
A mí también me fastidia que me huelan las manos a mandarina durante horas pero, ¿acaso no es eso mejor a que te huelan a lejía después de limpiar el baño? Pero si piensan que lo del olor a mandarina es una locura, ¡cuánto peor es el que no como espetos de sardinas con la misma excusa del olor en los dedos! ¿Hay algunos olores que os "impiden" comer algunos alimentos, aunque os gusten?
Este es un gran clásico en la mesa de una boda, ¿o no? Nos sentamos y observamos las copas y los cubiertos, leemos la tarjeta con el menú y empezamos a imaginarnos qué será cada plato... y el platito con el pan: uno a la izquierda y otro a la derecha. Miradas de reojo a uno y otro lado, esperando que alguien dé el primer paso, coja un pan y, entonces, sea lo protocolario o no --el nuestro es el de la izquierda, por cierto--, ya sabemos cuál será el nuestro.
Además de ir a hacer la compra con lista o sin lista, de mirar la fecha de caducidad o de leer los ingredientes de los productos, hay otro factor que tengo en cuenta a la hora de comprar: no coger los de la primera fila. Me ocurre también en las librerías: cuando encuentro el libro que quiero, nunca cojo el primero de la pila. Nadie los ha abierto ni los ha tocado, la banda no está arrugada ni hay páginas con las esquinas dobladas. Con los productos del supermercado no ocurre nada de eso. Es una manía, sí, aunque dicho sea de paso: en las primeras filas están los que tiene fecha de caducidad más próxima, claro.
Ha llegado la época del año en que las casas se llenan de dulces: turrones, peladillas, mazapanes, hojaldrinas, bolitas de coco y, claro, mantecados y polvorones. Sobre estos últimos hay quienes tienen el hábito de aplastarlos como una croqueta, cerrar el puño repetidas veces para que, al abrirlo, esté más compacto y el ajonjolí esté bien pegado a la masa. En el otro extremo nos encontramos los que desenvuelven el mantecado y lo trocean sin importarle que se desmorone porque, al final, las migas y el ajonjolí restante se lo comerán utilizando el envoltorio a modo de tubito. ¿De quién eres tú?
¡No lo tires que ahí está el alimento! Lo de tirar el suero del yogur me recuerda siempre a las prisas en beberse el zumo de naranja para que "no se vayan las vitaminas". Supongo que hay dos tipos de persona: los que tiran el suero del yogur o los que lo mueven integrándolo todo. Sea lo que sea, es una decisión que toda persona ha de tomar en su vida, como con los mantecados.
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